
Es uno de los miembros más destacados de la llamada generación del 50, a la que también pertenece Julio Ramón Ribeyro, escritores que se identifican con personajes, ambientes y problemas del medio urbano.
Sus contribuciones más importantes se encuentran en la poesía y el teatro, pero no hay que olvidar su intensa labor periodística, en diarios y revistas, sobre temas literarios, culturales, artísticos y sociales que lo convirtieron en una de las figuras más influyentes y populares en su país.
En la poesía de Sebastián Salazar Bondy, como en su teatro, que empezó a cultivar después, hay una veta limeña de corte costumbrista, de alguien que se deleita en la contemplación de los rincones más escondidos de su ciudad. Naturalmente esto no convierte a una escritura en valiosa. Pero sí entraña un peligro para quien asume ese riesgo. Conforme se fue decantando la poesía, Salazar alcanzó una pericia verbal que pocos poetas tienen, la ciudad se fue poblando con amigos, amores, desdichas, y entonces su poesía se fue haciendo más honda y conmovedora, a tal punto que cuando murió el mayor reconocimiento que ha tenido después es como poeta. El tacto de la araña, de 1966, es uno de los libros más intensos del siglo XX. Allí el poeta hace el balance de su vida y avizora la muerte. La hondura no está solamente por la elección temática sino por la serenidad epicúrea con la que el poeta va repasando sus afectos, sus amores, sólo que ahora no es un nostálgico del pasado limeño, sino un conmovido ciudadano del Perú comprometido con el sufrimiento de sus compatriotas, dueño de una dicción mas clara y verdadera.
Como ensayista se le recuerda por Lima la horrible (1960), una apasionada crítica de los hábitos y gustos de la capital. Al margen de los méritos de su obra escrita, hay que mencionar la importante función de impulsor cultural que el autor cumplió con un notable espíritu de comprensión humana, generosidad y sentido del humor.
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