
Su carrera se abre en la poesía, dentro del ámbito del modernismo, con Los arrecifes de coral (1901), obra sin mayor consecuencia. Una vida dramática, siempre cercana a la estrechez económica, matrimonios conflictivos, experiencias con el hachís y el cloroformo y el constante cerco del suicidio, alimentan su tarea cuentista, una de las más importantes de América.
Obras El crimen de otro (1904), Historia de amor turbio (1908), Cuentos de amor, de locura y de muerte (1917). Busca el impacto de las narraciones de Poe, y también está obsesionado por la muerte. Anaconda (1921), narraciones breves. Exiliado en la selva misionera, profundamente atormentado, encuentra en la selva y sus bestias un espejo de su desamparo.
El salvaje (1920), Las sacrificadas (1929), El desierto (1924), Los desterrados (1926), Pasado amor (1929).
Uno de los más memorables escalofríos de la adolescencia fue leer el cuento El almohadón de plumas de Horacio Quiroga. Era un relato que recordaba a Edgard Allan Poe y que se engastaba en un libro de cuentos que añadía un aroma de espacios abiertos, de albures desesperados entre orillas interminables, que aportaba un desmayado olor a selva, a quinina y a yuyos, a relaciones criollas y a obsesiones subtropicales. Más tarde uno se daba cuenta que algunos de esos matices estaban ya en Kippling, en Stevenson, en Chéjov y en Maupassant, por citar algunos grandes aparte del citado Poe. Pero la novedad de Quiroga suponía pintar esos paisajes latinoamericanos, más próximos a nuestro carácter (o más anhelados quizá), dibujar con acierto las inquietudes de la burguesía rioplatense, los sinsabores de los peones, la configuración de las ubérrimas tierras del norte de Argentina y trasladarnos a la manera de las fábulas el pensamiento de los animales de la zona.
A pesar de que se pueda poner en tela de juicio la originalidad de algunos argumentos no cabe duda que Quiroga es un maestro del cuento. El mismo reconoce en su afamado decálogo que hay que seguir ciegamente a un gurú para después ir desarrollando el estilo propio y eso es lo que no dejó de hacer con una capacidad técnica y un dominio notable de los recursos narrativos hasta que alcanzó la ansiada personalidad artística. En ese camino dejó un glorioso puñado de aciertos.
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