¡BIENVENIDO!

Cualquier texto escrito no es literatura; sólo lo serán aquellos que estén realizados con arte. Una obra literaria tiene un valor estético en sí misma, que hace que sea apreciable, valorable o medible en cualquier momento, pero también está sujeta a los valores estéticos de la época, del lector o del crítico que determinan lo que está escrito con arte y lo que no. El paso del tiempo es quien dirime este asunto.

Las Colecciones Pluma de Oro y Mi Libro recogen las más grandes obras literarias de todos los tiempos -nacionales y extranjeros- a través de una recopilación que abarca autores como Homero, Garcilaso de la Vega, William Shakespeare, Franz Kafka, etc. y que nos presenta lo mejor de ellos en un arte cuyas manifestaciones son las obras literarias.

¿Qué ofrecemos?

Dos grandes colecciones de títulos que están en constante incremento con reseñas de la obra y el autor al inicio de la misma (para facilidad de los estudiantes) así como preguntas sobre la comprensión de la obra, análisis crítico y creatividad.

miércoles, 24 de junio de 2009

HORACIO QUIROGA (Uruguay, 1878-1937)

Viaja a París en 1900 y hace una breve experiencia de la bohemia pobre. La mayor parte de su carrera transcurre en Argentina, donde llega a ser muy leído por sus cuentos publicados en revistas y recogidos en libro.

Su carrera se abre en la poesía, dentro del ámbito del modernismo, con Los arrecifes de coral (1901), obra sin mayor consecuencia. Una vida dramática, siempre cercana a la estrechez económica, matrimonios conflictivos, experiencias con el hachís y el cloroformo y el constante cerco del suicidio, alimentan su tarea cuentista, una de las más importantes de América.

Obras El crimen de otro (1904), Historia de amor turbio (1908), Cuentos de amor, de locura y de muerte (1917). Busca el impacto de las narraciones de Poe, y también está obsesionado por la muerte. Anaconda (1921), narraciones breves. Exiliado en la selva misionera, profundamente atormentado, encuentra en la selva y sus bestias un espejo de su desamparo.

El salvaje (1920), Las sacrificadas (1929), El desierto (1924), Los desterrados (1926), Pasado amor (1929).

Uno de los más memorables escalofríos de la adolescencia fue leer el cuento El almohadón de plumas de Horacio Quiroga. Era un relato que recordaba a Edgard Allan Poe y que se engastaba en un libro de cuentos que añadía un aroma de espacios abiertos, de albures desesperados entre orillas interminables, que aportaba un desmayado olor a selva, a quinina y a yuyos, a relaciones criollas y a obsesiones subtropicales. Más tarde uno se daba cuenta que algunos de esos matices estaban ya en Kippling, en Stevenson, en Chéjov y en Maupassant, por citar algunos grandes aparte del citado Poe. Pero la novedad de Quiroga suponía pintar esos paisajes latinoamericanos, más próximos a nuestro carácter (o más anhelados quizá), dibujar con acierto las inquietudes de la burguesía rioplatense, los sinsabores de los peones, la configuración de las ubérrimas tierras del norte de Argentina y trasladarnos a la manera de las fábulas el pensamiento de los animales de la zona.

A pesar de que se pueda poner en tela de juicio la originalidad de algunos argumentos no cabe duda que Quiroga es un maestro del cuento. El mismo reconoce en su afamado decálogo que hay que seguir ciegamente a un gurú para después ir desarrollando el estilo propio y eso es lo que no dejó de hacer con una capacidad técnica y un dominio notable de los recursos narrativos hasta que alcanzó la ansiada personalidad artística. En ese camino dejó un glorioso puñado de aciertos.

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