
En la década de 1940, además de seguir estudios universitarios, hizo periodismo, frecuentó la tertulia literaria de la Peña Pancho Fierro que presidía José María Arguedas, y cultivó la amistad, entre otros, de escritores como Sebastián Salazar Bondy y Emilio Adolfo Westphalen. Colaboró en la revista Las moradas, dirigida por Westphalen. En 1949, marchó a París y empezó a escribir poesía, aparte de dedicarse al periodismo y la traducción. El clima intelectual europeo de esa época (sobre todo el existencialismo y los rescoldos todavía candentes del surrealismo) influyeron en ella; frecuentó también a escritores hispanoamericanos que residían en esa ciudad, como Ernesto Cardenal, Julio Cortázar y Octavio Paz, quien estimularía su trabajo poético, prologaría su primer libro y le sugeriría su título Ese puerto existe (México, 1959).
Después del libro mencionado, la autora ha publicado los siguientes Luz del día (1963), Valses y otras falsas confesiones (1972), Canto villano (1978), Camino a Babel (1986), Ejercicios materiales (1993), El libro de barro (1993), Poesía escogida (1993), Del orden de las cosas (1993). Bajo el título Canto villano (1986) ha recopilado su obra poética desde 1949 a 1983. Con sólo relativos cambios de tono y retórica, esta obra producida con cierta parquedad y a veces entrecortadamente, nace de una tensión nunca resuelta entre experiencia e imaginación, entre el orden y el delirio. Su poesía expresa la sensación de que la existencia es absurda y trivial, y de que por eso mismo hay que imaginarla distinta, hallando en ella belleza y sentido. Lo que ocurre a nuestro alrededor suele ser triste, mísero o monótono, pero eso no anula nuestro afán de alcanzar una forma de intensidad que calme el inextinguible deseo de ser de otro modo. El foco es la intimidad, pero no la sentimental –la referencia a los valses del folclore peruano es irónica–, sino la que tejemos con realidades y sueños que renovamos cada día y que llamamos vida. Ese existir sólo se revela al trasluz del lenguaje, porque las palabras –en su incandescencia metafórica y alusiva– apenas dan un indicio de la vivencia que les da origen, al mismo tiempo que la fijan como un intento por aproximarse a ella. El drama de su voz está en ese juego de precariedad e intensidad que la envuelve.
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