
Llevó una vida literaria, adoptando una imagen que parece encarnar algunos de sus personajes.
Su primer libro fue Femeninas, de 1895, con el relato ‘La niña chole’ de inspiración mexicana, al que siguieron obras de inspiración gallega, donde destaca la estilización lírica del ambiente campesino y popular, como Flor de santidad, de 1904, la poesía de Aromas de leyenda, de 1907, y al mismo tiempo el arte erótico refinado, evocador y musical de las cuatro Sonatas (de otoño, estío, primavera y verano. Publicó la primera de sus llamadas comedias bárbaras, Aguila de blasón, a la que siguió Romance de lobos, de 1908, obras de gran estilización dramática en un ambiente violento de resonancias medievales. En Cara de plata, de 1922, tercer volumen de esta trilogía teatral, vuelve a observarse el giro hacia las consideraciones de crítica social, como también ocurre en sus tres novelas ambientadas en la guerra carlista, Los cruzados de la causa, de 1908; El resplandor de la hoguera, de 1909, y Gerifaltes de antaño, de 1909, que ofrecen una amplia visión de carácter histórico de la época.
En las obras dramáticas Cuento de abril, de 1910, y La marquesa Rosalinda, de 1913, retoma el modernismo. Lo mismo que ocurre en Voces de gesta, de 1911. A partir de entonces, la tragedia resulta escueta, desnuda, aunque en La lámpara maravillosa, de 1916, todavía utilice un lenguaje hermético para exponer ideas originales acerca del misticismo y la creación.
Probablemente su segundo viaje a México le inspiró la escritura de Tirano Banderas, publicada en 1926, novela en la que estiliza con acabada perfección hechos típicos de la América española y considerada su mejor novela, síntesis del mundo americano, de muchos personajes y caudillos, que antecede a las llamadas novelas de tiranos cultivadas, entre otros, por Miguel Ángel Asturias, Alejo Carpentier o Gabriel García Márquez. Con este libro comienza la serie esperténtica. Tierra Caliente se llama esa nación sometida a un dictador a fines del siglo XIX "Santos Banderas", el nombre del autócrata, es emblema de "Iglesia y Ejército".
Probablemente sea su obra teatral más lograda. Los cuernos de don Friolera, de 1921, y Las galas del difunto, 1926, inciden en esta estética, mientras que en Divinas palabras, de 1920, la virtud de la palabra sagrada se impone a las pasiones carnales en unos ambientes de pesadilla.
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