A su regreso a Roma, se introdujo en ambientes intelectuales, pero fuera de los círculos de Mesala y Mecenas. Desempeñó diversos cargos públicos, pero finalmente rechazó la política para dedicarse plenamente a la poesía, en la que vertió su vasta cultura y erudición. Tenía una gran facilidad para componer poesía y alcanzó un inmenso éxito.
Su vida personal y poética está partida por su lamentable condena al destierro. En el año 8 a.C. fue objeto de una acusación, aún no aclarada; Augusto lo envió a Tomos (en la costa occidental del Mar Negro, en la Dacia), y tuvo que abandonar para siempre la familia que había formado, su círculo de amistades y la fama y el éxito que ya conocía como poeta.
Se han aducido dos posibles razones que pudieron motivar la condena de Ovidio por parte de Augusto-haber presenciado algún suceso escandaloso en el seno de la familia imperial; haber publicado su Ars amandi (El Arte de Amar), que con sus connotaciones eróticas vulneraba la moral que Augusto pretendía imponer.
Ovidio murió en el destierro, añorando Roma y suplicando angustiosamente a unos y a otros que intercedieran ante el emperador Augusto para que le fuera levantado el castigo.
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